Varios civiles desalojan un bloque de viviendas tras ser atacado por el ejercito israelí en enero de 2024./ Mohammed Zannoun
En los 17 años de bloqueo y sufrimiento que padecen los palestinos de la asediada Franja de Gaza, actualmente inmersa en una feroz guerra que dura ya más de 100 días, los civiles se llevan la peor parte. Los testimonios de esta guerra en curso reflejan una súplica desesperada: “Estamos muriendo, esperando nuestro turno; Israel y el mundo nos han condenado a muerte”. Historias y relatos yacen enterrados bajo los escombros de las casas destruidas de Gaza, sin ser contados ni escuchados. Ante el peligro de la supresión de la verdad y el silenciamiento de las víctimas, me esfuerzo por transmitir el sufrimiento indescriptible y la tragedia de nuestras vidas en Gaza como periodista palestino. El objetivo es mostrar que no somos meros números, sino individuos que soportan una dura realidad.
En la Franja de Gaza, el sufrimiento es trágico y doloroso. Mohammed Shehadeh, de 29 años, resume así la angustia: “Nuestros corazones lloran sangre por nuestras vidas”. Mohammed se vio obligado a evacuar su casa, en Jabalia, al acercarse los tanques israelíes, pero no pudo rescatar a sus padres, que quedaron atrapados dentro. Su intento de salir no fue un incidente aislado; todas las personas de su vecindario se enfrentaron al desplazamiento por la llegada de los tanques. Es una realidad conocida que cuando el ejército israelí entra en una zona, los edificios son demolidos, y quienes permanecen en las casas se enfrentan al riesgo de ser asesinados o torturados.
Hasta ahora se desconoce el destino de la familia Shehadeh - “No quería dejar a mi madre y a mi padre solos en casa y evacuar. Mis padres son ancianos, y mi madre resultó herida durante uno de los bombardeos. Con la ausencia de hospitales, su herida en el ojo no recibió tratamiento, y eso la dejó invidente. Insistí en no salir de casa por la dificultad de desplazarme con ellos. Sin embargo, cuando los tanques se acercaron por las calles cercanas, sentí como si la casa temblara, y la intensidad del fuego hizo que pareciera que se iba a caer”, explica Shehadeh. “Mis padres insistieron en que los dejáramos en casa y nos alejáramos de los tanques. Hasta ahora no he sabido cómo están. Cada segundo y cada minuto me acuerdo de ellos, sobre todo de lo último que dijo mi padre: ‘Vete, hijo, eres joven y tienes una vida que disfrutar. A nosotros no nos queda nada de vida’. ¿Qué edad y qué tipo de vida puedo vivir sin mis padres?”, añade Mohammed entre lágrimas. Hasta ahora se desconoce el destino de la familia Shehadeh, y Mohammed no puede llegar a la zona donde se encuentra su familia.
Makawi Hosam, de 33 años, se enfrentó al fantasma de la muerte cuando los tanques israelíes entraron en la ciudad de Gaza. “El ejército israelí nos sometió a diversas formas de muerte: humillaciones, insultos y disparos indiscriminados. Irrumpieron en nuestro barrio de Al-Jalaa, haciendo llover balas sobre las casas. Durante trece días consecutivos, no nos atrevimos a salir de nuestra habitación”, relata Hosam. “El ejército israelí se dedica a torturar, insultar y matar sin sentido a civiles en sus hogares. El ruido aterrador de los tanques sacudía nuestra casa; sabían que estábamos allí: 56 personas, incluidos niños y mujeres. Apuntando deliberadamente a las ventanas, nos dejaron sin habla e indefensos”.
Makawi y su familia soportaron una detención de dos semanas sin poder moverse de su casa. Arrastrándose entre las viviendas, Makawi salía a por agua. “En Gaza escasea la comida. Durante el asedio de los tanques israelíes, no había pan, y teníamos poca agua y sólo un poco de arroz crudo. Durante dos semanas, dependimos del agua, humedeciéndonos los labios y comiendo galletas”, explica. El ejército disparó proyectiles de tanque contra los atrapados, causando heridos y muertos. “La mujer de mi tío estuvo ocho días sangrando por una herida en el pie. Cuando se fueron los tanques, un médico aconsejó amputárselo, pero no hay equipo ni quirófano para operarla”.
El Observatorio Euromediterráneo de Derechos Humanos ha documentado numerosos casos de ejecuciones sobre el terreno por parte del ejército israelí en la Franja de Gaza. Estas ejecuciones tuvieron lugar cuando el ejército penetró en el territorio, atacando a ciudadanos y desplazados en refugios. Mohammed Nasser, de 44 años, fue testigo, en la plaza del hospital Kamal Adwan, de cómo un francotirador del ejército de ocupación disparaba contra una mujer embarazada que llevaba una bandera blanca y se dirigía a dar a luz, lo que provocó su ejecución a sangre fría.
En la escuela Najmeddin Erbakan, las fuerzas israelíes cometieron crímenes atroces, grabados en la memoria de los gazatíes, pero el mundo permaneció indiferente ante la masacre. Nafez Al-Zaanin, de 59 años, relata la angustiosa experiencia de enterrar 13 cadáveres con sus propias manos. “Los tanques israelíes entraron en la escuela por la noche, atrapándonos en las aulas. Hacia las nueve de la noche, el ruido de los tanques rodeó la escuela, obligándonos a escondernos. A las tres de la madrugada, el ejército israelí, con sus tanques, irrumpió en el colegio. Nos hicieron salir con ráfagas de disparos y soltando a los perros. Nos reunieron en el patio de la escuela y nos rodearon con tanques, perros y aproximadamente 1.000 soldados”.
Los militares encargaron a Nafez Al-Zaanin y a otros hombres que recogieran los cadáveres para enterrarlos fuera de la escuela. Separaron a los hombres de las mujeres, y nos colocaron unos frente a otros. Los agentes nos examinaron, seleccionaron a 45 hombres y los llevaron en fila al patio de la escuela. Les ordenaron cavar fosas para su inminente ejecución. Atemorizados, accedimos a las exigencias de los oficiales. El silencio nos envolvió mientras el ejército aterrorizaba disparando ametralladoras contra los edificios. A los que cavaban fosas con las manos los dejaban desnudos durante cinco horas antes de ejecutarlos”, relata el testigo con los ojos llorosos. Los militares encargaron a Nafez Al-Zaanin y a otros hombres mayores que recogieran los cadáveres para enterrarlos fuera de la escuela. “Enterré 13 cuerpos con mis propias manos; aún me tiemblan. No puedo hacer nada con ellas, no puedo comer. La escena permanece grabada en mi mente, sobre todo pensando en los niños”.
A pesar del anuncio del ejército israelí de que había concluido su operación terrestre en el norte de Gaza, los soldados retomaron las operaciones y penetraron en las fronteras del norte de la Franja de Gaza, incluidas la zona de Tal Al-Hawa y Sheikh Ajlin, donde el ejército sitió la escuela argelina Mahfouz Al-Nanah, ejecutó a 15 personas desplazadas y expulsó por la fuerza a los habitantes al sur de Gaza. ctxt.es