Ese mismo día, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, hizo una declaración por vídeo en la que insinuaba algo similar. “Residentes de Gaza, esta es vuestra última advertencia”, dijo. “El ataque de la Fuerza Aérea contra los terroristas de Hamás solo ha sido el primer paso. La siguiente fase será mucho más dura y lo pagaréis muy caro. Pronto se reanudará la evacuación de la población de las zonas de combate”.
“Si no se libera a todos los rehenes israelíes y no se expulsa a Hamás de Gaza, Israel actuará con una fuerza sin precedentes”, prosiguió Katz. “Sigan el consejo del presidente de Estados Unidos: liberen a los rehenes y expulsen a Hamás, y se les presentarán otras opciones, incluido el traslado a otros países para quienes lo deseen. La alternativa es la destrucción y devastación absolutas”.
El paralelismo entre las dos declaraciones no es ninguna coincidencia. Incluso aunque Magal no se enterara del nuevo plan de guerra de Israel directamente por Katz o por el nuevo jefe del Estado Mayor del ejército, Eyal Zamir, es razonable presuponer que le llegó por alguna otra fuente militar de alto rango. En otro artículo premonitorio, Yoav Zitun, periodista del sitio web de noticias israelí Ynet, hizo hincapié en las declaraciones del general de brigada Erez Wiener tras su reciente despido del ejército por hacer un uso indebido de documentos clasificados. “Me entristece que después de un año y medio ‘tirando del carro’, justo cuando por fin parece que hemos llegado a la recta final y que el combate va a dar el giro correcto (lo que debería haber ocurrido hace un año), yo no estaré al timón”, escribió Wiener en Facebook.
Tal y como señaló Zitun, Wiener no es un oficial cualquiera. Antes de su despido desempeñó un papel fundamental en la planificación de las operaciones del ejército en Gaza, donde presionó constantemente para imponer el pleno dominio militar israelí sobre el territorio. Si Wiener, que al parecer estuvo implicado en ciertas filtraciones al ministro de extrema derecha Bezalel Smotrich, dice que “el combate va a dar el giro correcto”, se puede deducir a qué tipo de giro se refiere. Esto también concuerda con las evidentes aspiraciones del jefe del Estado Mayor del ejército israelí, Eyal Zamir, así como con los detalles de un plan de ataque que supuestamente se filtraron al Wall Street Journal a principios del mes pasado.
Si se atan todos los cabos se llega a una conclusión bastante clara: Israel se dispone a desplazar por la fuerza a toda la población de Gaza –mediante una combinación de órdenes de evacuación e intensos bombardeos– a una zona cerrada y posiblemente vallada. Cualquiera que fuera sorprendido fuera de sus límites sería asesinado, y los edificios del resto del enclave probablemente serían arrasados por completo.
Sin ambages, esta “zona humanitaria” –tal y como dijo Magal tan amablemente– en la que el ejército pretende acorralar a los dos millones de residentes de Gaza, se puede resumir en tres palabras: campo de concentración. No se trata de una hipérbole; simplemente es la definición más precisa para ayudarnos a comprender mejor a qué nos enfrentamos.
De un modo perverso, el plan de establecer un campo de concentración dentro de Gaza puede reflejar que los dirigentes israelíes son conscientes de que la tan cacareada “salida voluntaria” de la población no es realista en las circunstancias actuales, tanto porque muy pocos gazatíes estarían dispuestos a marcharse, incluso bajo bombardeos continuos, como porque ningún país aceptaría una afluencia tan masiva de refugiados palestinos. Según el Dr. Dotan Halevy, estudioso de Gaza y coeditor del libro Gaza: Place and Image in The Israeli Space (Gaza: lugar e imagen en el espacio israelí), el concepto de “salida voluntaria” se basa en un principio de todo o nada. “Considere esta hipótesis”, me dijo Halevy recientemente. “Pregúntale a Ofer Winter [el general militar que, en el momento de nuestra conversación, parecía que iba a ser el encargado de liderar la “Directiva de la Salida Voluntaria” del Ministerio de Defensa] si evacuar al 30%, al 40% o incluso al 50% de los residentes de Gaza se consideraría un éxito. ¿Le importaría realmente a Israel que en Gaza hubiera 1,5 millones de palestinos en lugar de 2,2 millones? ¿Posibilitaría eso las fantasías anexionistas de Bezalel Smotrich y sus aliados? La respuesta es, casi con toda seguridad, no”.
En la actualidad, el ejército israelí sigue aplastando Gaza con ataques aéreos y apoderándose de más territorio alrededor del perímetro de la Franja. El objetivo declarado de Israel en su nuevo ataque es presionar a Hamás para que amplíe la primera fase del acuerdo, es decir, la liberación de los rehenes sin comprometerse a poner fin a la guerra. Hamás, consciente de las limitaciones estratégicas de Israel, se niega a ceder en su postura: cualquier acuerdo sobre los rehenes debe estar vinculado al fin de la guerra. Mientras tanto, Zamir, que quizá tema de verdad que no le quede ejército para conquistar Gaza, ha guardado un llamativo silencio, evitando hacer declaraciones sustanciales sobre las intenciones del ejército.
Aun así, la presión combinada para llegar a un acuerdo –de la población de Gaza, que exige que termine esta pesadilla y se vuelve contra Hamás, y de la sociedad israelí, que está agotada por la guerra y quiere recuperar a los rehenes– puede que no conduzca a un nuevo alto el fuego. El lunes 31 de marzo, el ejército israelí ordenó a todos los residentes de Rafah que se trasladaran a la llamada “zona humanitaria” de Al-Mawasi; en los medios de comunicación israelíes esto se presentó como parte de la campaña de presión sobre Hamás para que accediera a liberar a los rehenes restantes, pero bien podría ser el primer paso hacia el establecimiento de un campo de concentración.
Quizá el gobierno y los militares crean que una “salida voluntaria” de la población de Gaza borrará los crímenes de Israel, que una vez que los palestinos encuentren un futuro mejor en otro lugar, las acciones del pasado se olvidarán. La triste verdad es que, aunque un traslado forzoso de esta magnitud no es factible en la práctica, los métodos que Israel podría utilizar para llevarlo a cabo podrían ocasionar crímenes aún más graves: campos de concentración, destrucción sistemática de todo el enclave y, posiblemente, incluso el exterminio total. - Meron Rapoport (+972 Magazine) en ctxt.com