Cuando las noticias del alto el fuego llegaron a Gaza, madres como Hadeel Zourub —que vio morir a su hijo mientras esperaba atención médica— se aferraron a la esperanza. Setenta días después del anuncio, la angustia por conseguir ayuda sigue siendo extrema. Según la OMS, 16.500 gazatíes están registrados para ser evacuados médicamente fuera de la franja, una cifra que Médicos Sin Fronteras sitúa por encima de los 18.500 y que no contabiliza a quienes no tienen acceso a instalaciones médicas. Ante el colapso del sistema humanitario, muchos pacientes se encuentran en lista de espera para poder recibir diagnóstico y tratamiento lejos de casa.
La situación ha empeorado gravemente con el conflicto armado, pero la falta de sistemas de pruebas diagnósticas es un problema al que la población se enfrenta desde el bloqueo israelí en el 2007. La espera es larga, incluso para inscribirse, y lo puede ser tanto que hay pacientes que fallecen antes de haber sido examinados. Según la OMS, son 1.092 personas —entre ellas 137 niños— las que han fallecido a la espera de un traslado desde julio del 2024.
En paralelo, el acceso al enclave para los médicos internacionales tampoco ha ido a mejor, según explica a La Vanguardia el cirujano británico Graeme Groom, voluntario en Gaza desde antes del 7 de octubre y durante el conflicto. “El acceso humanitario en muchos sentidos ha empeorado. Se permite la entrada a menos personal sanitario, y a los que se les permite entrar se les niega la oportunidad de llevar equipaje”.
“Últimamente, 'ningún equipo' significa exactamente eso, y no se da justificación alguna para las denegaciones”, explica Groom, cuyo ingreso en el enclave fue rechazado el pasado mes de septiembre. “Lo más grave es que muchas veces se impide el acceso a personal clínico, y a pesar del alto el fuego, la ayuda médica para los heridos apenas ha cambiado en la práctica”.
Gaza ha dejado atrás la hambruna, pero no la inseguridad alimentaria, especialmente entre los menores de edad. Según la ONU, la desnutrición infantil continua en cifras “escandalosamente” altas. Datos de Unicef revelan que 9.300 niños fueron tratados por desnutrición aguda grave en octubre, cuando entró en vigor la primera fase de una tregua llena de imprecisiones. Mientras, las fuertes lluvias han inundado miles de tiendas y arrastrado aguas residuales y basura por el territorio, agravando la crisis sanitaria.
En un niño, la desnutrición primaria aguda —es decir, la que es causada por la falta de alimento y no por enfermedades externas— tiene efectos devastadores incluso para aquellos que logran la recuperación clínica. “Puede que nunca alcancen la talla que deberían tener, pero sobre todo preocupan las secuelas cognitivas”, detalla a este diario Victoria Fumadó, pediatra especialista en desnutrición del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona. “Si la hambruna sucede durante los primeros dos años de vida el cerebro se ve afectado, tendrá menos neuronas y menor capacidad intelectual”, explica la experta.
Para tratar a un menor desnutrido tampoco sirve cualquier alimento, ya que una comida inadecuada podría resultar mortal. Uno de los efectos de la hambruna en los niños es el deterioro de las mucosas intestinales, de modo que la absorción de nutrientes exige un proceso que va más allá de comer para saciar el hambre. “El intestino del niño desnutrido queda totalmente erosionado y, por tanto, le cuesta muchísimo absorber los alimentos. Si se realimenta demasiado rápido, el menor no podrá asimilarlo debido al estado de sus órganos”, añade Fumadó.
En situaciones donde existe el riesgo de caer en inseguridad alimentaria, la prevención es fundamental para anticiparse a un problema mucho mayor. En el caso de Gaza, los profesionales denuncian que los constantes bloqueos han impedido cualquier estrategia preventiva. “El problema en Gaza es que había ayuda humanitaria para evitar que pasaran hambre o, al menos, para prevenir una desnutrición de estas dimensiones, y no se permitió la entrada”, explica la especialista.
“Desde que comenzó el alto el fuego ha aumentado el número de camiones, pero no son de ayuda internacional, sino en su mayoría contratistas que venden alimentos que la gente no puede permitirse, por lo que el hambre persiste”, resalta Groom, quien lamenta que las muertes por inanición hasta la fecha lleguen a 400 personas. “Considero una mancha absoluta en nuestra humanidad colectiva que personas mueran de hambre a poca distancia de una montaña de alimentos”, añade.
En vistas de una ligera mejora, los profesionales piden un esfuerzo aún mayor y advierten que ya se está llegando tarde para evitar una catástrofe humanitaria. “Necesitamos que llegue comida y ayuda sanitaria, algo que no está sucediendo. Para rehabilitar a los niños —cuyo potencial ya nunca será el mismo— hacen falta programas muy serios”, afirma Fumadó, quien también alerta sobre las consecuencias a largo plazo. “La desnutrición perpetuará los problemas sociales y afectará la productividad del país”.

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